Su función es la de filtrar aire y fluidos para evitar así que las partículas se puedan “colar” donde no deben y hacernos la pascua en nuestro queridísimo utilitario. Por ello resulta fundamental mantener los filtros bajo control, por lo menos una vez al año, incluso más a menudo dependiendo del kilometraje que hagamos.
Por cierto, no sólo tenemos filtro de aire y aceite, que por otro lado son los más conocidos. También debemos estar atentos al del combustible y al filtro del habitáculo. Pero vamos a ver un poco más a fondo en qué nos ayuda cada uno.
Con el uso y el paso del tiempo, el desgaste de los componentes del motor va produciendo distintas partículas metálicas que acaban llegando al lubricante; el filtro del aceite, por lo tanto, va a servir de parapeto para esas insidiosas mijitas que podrían incluso producir graves averías al motor.
En el caso del filtro del aire, su misión es la de no permitir que el aire que llega no contenga partículas abrasivas y de este modo el consumo de combustible se produce en condiciones óptimas, ayudando a economizar y a emitir menos contaminación.
El filtro del combustible va a ser distintos según tengamos un coche gasolina o diésel. En los motores de gasolina va a impedir que las impurezas del combustible pasen a nuestro motor y en el motor diésel, este filtro será el encargado de frenar el agua y evitar la corrosión.
Por último llegamos al filtro del habitáculo y éste es uno a los que prestamos menos atención cuando, en realidad, se ocupa de la salud de los viajeros del vehículo. Atrapa partículas de polvo y polen, mejorando la calidad del aire que llega al interior y suponiendo una gran ayuda para los pasajeros, sobre todo lso que padecen alergia. Este filtro necesita ser vigilado, por lo menos una vez al año o más si se acostumbra a circular por caminos polvorientos, ya que un filtro de habitáculo sucio puede ser hasta más peligroso que no llevarlo.
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